viernes, 14 de noviembre de 2008

32 - Últimas asignaciones en AC

Como ya comenté en la entrada anterior, para completar mi cargable, aparte de atender a mi sexto cliente, realizaba actividades complementarias : promoción, propuestas, administración de jobs, recruiting, etc. De todas ellas, quiero comentar dos, por el buen recuerdo que guardo de ellas.

El viaje a Israel

Fueron tres días, pero intensos. Este viaje me surgió porque Mr. Cr era reacio a viajar y menos si había que hablar en inglés, así que me endosó “su marrón”, lo que para mí fue un viaje muy interesante. Era una colaboración entre AC y otra empresa portuguesa para hacer una presentación de una propuesta de colaboración profesional con un cliente israelí que gestionaba supermercados en el país (la mayor cadena de supermercados en Israel y cuyo nombre coincide con una cadena en España). Como en ese momento no había oficina de AC en ese país, la responsabilidad de hacer negocio allí recaía en España. (En 2002 se abrió la oficina de AC en Israel, dependiendo de AC España y cuya apertura fue liderada por un conocido socio que tenía mucho en común con este país).

La propuesta era implantar un ERP específico para la gestión del negocio junto con la creación de una solución marketplace B2B (aprovisionamiento), según recuerdo vagamente. Para ello tuve, en primer lugar, que preparar la parte de la propuesta que aportaba AC, en inglés (y planteando la posible necesidad de traducirla a hebreo mediante nuestro departamento de traducción), empapándome previamente del producto, de nuestras capacidades para implantarlo (teníamos un centro de desarrollo en Inglaterra especializado en este ERP), todo ello en colaboración con la empresa con la que nos presentábamos ante los israelitas, una empresa portuguesa. Así que fueron varias semanas de preparación intensa, hablando con Portugal, con Inglaterra, con Mr. Cr. y preparando el viaje a Israel. Todo muy interesante, la verdad. La voz cantante la llevaban los portugueses, que eran los que sabían de verdad (aunque oficialmente yo era todo un gurú sobre el tema, claro). Nosotros aportábamos la solidez de una marca de prestigio de cara a una futura implantación del ERP, junto con nuestra infraestructura, know-how, best practices, bla, bla, bla.

Así que un 23 de septiembre de 2000 viajaba a Tel Aviv : para empezar, ese día era sábado, porque al día siguiente, domingo, teníamos la primera reunión de trabajo con el cliente (sí, sí, los judíos trabajan en domingo). Para seguir, entrar en Israel resultó complicado, pero no imposible. Ya estaba acostumbrado a las colas de inmigración para entrar en USA, con el policía de turno preguntándote el motivo de tu viaje a los USA, donde nunca debías decir que era para trabajar porque entonces no entrabas en el país, sino para recibir formación. Pues comparado con la entrada en Israel, lo de los norteamericanos era un juego. Las colas en Tel Aviv eran mucho mayores, los tiempos de espera también, la entrevista (interrogatorio) en Barajas para facturar y al entrar en el país mucho más dura. Mientras esperaba en la cola, veía a los israelitas entrando sin esperas en su país, pasando su mano por un lector de huella digital. Me llamó la atención que me preguntaran si quería que me sellaran el pasaporte, puesto que si tenía pensado viajar a países árabes podía tener dificultades en el futuro. Les dije que sí, que quería el sello. Y sonó el estampado.

Ya en el hotel, en la planta novena del Sheraton, frente al mar Mediterráneo, una vez superada la difícil prueba para entrar en este país, la noche de Tel Aviv me recibió con calidez. Tengo un recuerdo bonito del país, gente muy amable, atentos, buen servicio en los restaurantes aunque caros, buen clima paseando junto al mar. Esa misma noche me encontré con mi colega portugués por primera vez en el hall del hotel, un profesional de mediana consultora con muchas horas de vuelo a sus espaldas y esa tranquilidad desapasionada de quien ya ha hecho lo mismo muchas otras veces y a sus casi 50 años pocos le van a enseñar algo (sobre todo porque no se deja).

Al día siguiente tuvimos nuestra primera reunión con el cliente. Dentro del país íbamos de la mano de un conocido fabricante de software (en Israel para hacer negocios tienes que ir con padrino), uno de cuyos empleados nos recogió al portugués (le llamo "el portugués" porque no recuerdo su nombre) y a mí en la puerta del hotel. Camino al cliente nos contó que era oficial del ejército, de alto rango pero actualmente con destino civil, nos habló de la dedicación al ejército que realizaban todos los años y hasta me recordó, siendo yo español, cuando los Reyes Católicos expulsaron a su pueblo en 1492 (a lo cual yo hice un breve comentario conciliador). La reunión con el cliente era la previa a la de presentación de nuestros servicios, para ultimar detalles. Tras ésta, fijamos otra al día siguiente previa a la reunión formal con las altas esferas. Y fue en esa segunda reunión previa cuando, hablando con el responsable de sistemas de la cadena de supermercados, se llegó a la conclusión de que nuestro enfoque era incorrecto (en realidad ellos habían cambiado el suyo de un día para otro) y que, por tanto, la reunión de presentación de nuestra solución era innecesaria. El portugués y yo nos miramos con cara de no entender qué había pasado. Lo que había pasado era que habían cambiado la estrategia y no nos habían avisado. Nos habíamos plantado en Israel para nada, básicamente. Bueno, para nada no, para conocer Tel Aviv, que no es poco.

Esa misma noche nos fuimos a cenar juntos el portugués y yo y, tras la cena, nos recorrimos la zona de “pecado” de Tel Aviv, repleta de garitos de dudosa reputación, bares, mucha gente joven disfrutando de la noche : una mezcla entre el barrio de Huertas en Madrid y el “Red Light District” de Ámsterdam. No recuerdo cómo llegamos a esa zona, pero me parece que mi compañero sabía bien a dónde íbamos. En cualquier caso no pecamos, salvo algunas copas y quizá pequeños pecadillos de pensamiento.

Al día siguiente me dediqué a hacer turismo por la ciudad. Hablé con Mr. Cr. y le conté lo ocurrido y él me conminó a que regresara ese mismo día. Le dije que era imposible porque no había vuelos (de hecho el vuelo de ida lo había hecho en business porque no había otra opción, pagaba AC claro), aunque en realidad ni siquiera lo intenté. No iba a dejar que me fastidiara mi día de turismo, y más teniendo en cuenta que había trabajado en domingo.

Tel Aviv me resultó intrigante, una mezcla de modernidad y tradición, de cosmopolita y provinciano. Junto a los rascacielos alargados y las limusinas, me adentré en barrios populares donde la gente en vez de hablar gritaba. Hice una incursión en un mercado de abastos (Carmel) donde el nivel de ruido incumplía cualquier normativa de contaminación acústica, pero que resultaba agradable, paseando entre los puestos de fruta, carne y pescado, alcanzando casi una sinestesia entre olores, colores y sonidos. También comprobé que los niveles de seguridad son elevados y estrictos. Al entrar en un centro comercial (Dizengoff, creo) un policía me registró la mochila, y lo hacía con todos los que entraban.

Por la tarde quedé con el portugués en facturar las maletas para agilizar la salida del país al día siguiente. En Israel te recomiendan facturar tus maletas en la misma ciudad y conseguir la tarjeta de embarque el día de antes para evitar las 4 horas de cola de espera en el aeropuerto (es el “Advance Check-in Service). Así que cogimos nuestras maletas y en un taxi fuimos a la estación de tren, sitio donde se facturaban. Una vez allí, dos policías, un chico y una chica muy jóvenes, nos separaron y nos interrogaron profusamente. A mi me tocó el chico y recuerdo que su inglés era nítido y claro, y el trato amabilísimo, siempre con una sonrisa y siempre con mucha corrección. Me preguntó de todo : cuántos días había estado, qué había hecho, a quién había tratado y conocido, dónde había cenado, quién había hecho la maleta que llevaba, ...... Cuando ya parecía que había acabado el interrogatorio, me pidió que le acreditara todo lo que le había contado con algún papel, algún documento que diera veracidad a mis respuestas. Le dije que no tenía ningún documento, salvo el pasaporte y el billete de avión. La reserva del hotel, las tarjetas de visita del cliente, la documentación de trabajo, todo, lo había dejado en el hotel. Entonces me contestó que, si no podía dar veracidad a mis respuestas previas, no podía facturar mis maletas y que al día siguiente fuera al aeropuerto 4 horas antes para repetir el proceso. Miré al portugués que tenía una cara parecida a la mía, mientras la chica le negaba con la cabeza. Al rato la chica se acercó a su compañero y le dijo algo en hebreo y le dio un papel. Seguidamente el chico me preguntó si yo tenía en mi poder un papel como ése, y me enseñó una carta en hebreo que la empresa fabricante de software nos había dado. Le dije que sí, que lo tenía en el hotel. En dos segundos cogieron nuestras maletas y las facturaron. Se despidieron con una sonrisa y continuaron con los siguientes en la cola. Lo destacable del asunto es que bastó con mi palabra en esa respuesta para que me permitieran facturar, y no me hicieron volver al hotel para regresar con la cartita. Curioso el poder de una carta.


No le había dado ninguna importancia a esa carta. Nos la dieron cuando nos despedimos (supongo que precisamente para que le diéramos uso para agilizar nuestro regreso) pero no nos contaron lo importante que era. Estaba escrita en hebreo y no tenía ni idea de lo que decía. Pero sea lo que sea que contara, nos había facilitado enormemente los trámites para salir del país. Mi colega portugués la llevaba encima y se la había enseñado a su interrogadora y ésa fue la clave de nuestro éxito, una carta firmada por una empresa israelita que acreditaba que habíamos hecho lo que nosotros decíamos. Todavía guardo la carta, y en algún momento pensé hasta en enmarcarla.

Actividades de "recruiting"

Ya llevaba un par de años colaborando con el departamento de selección de personal (al igual que muchos otros gerentes) liderado en aquel momento por Margarita García para realizar entrevistas de selección de candidatos, en el paso final para su incorporación a AC, las mismas entrevistas que me hicieron a mí dos gerentes cuando optaba a formar parte de la plantilla, allá por finales de 1991.

Estas entrevistas me producían satisfacción, me gustaba hacerlas. Eran un reencuentro con ese joven recién titulado que había sido yo casi una década antes. Aunque los tiempos habían cambiado mucho (ya no se imprimían los proyectos fin de carrera en impresora matricial sino en láser y enviar un correo electrónico era tan habitual como descolgar un teléfono, móvil, por supuesto) y se notaba que los candidatos te hablaban desde otros puntos de vista, manejando mucha más información, más conceptos y nuevos enfoques, los entrevistados en el fondo eran igual que yo cuando estuve sentado donde ahora estaban ellos. Y yo era un gerente al que probablemente miraban como si fuera alguien importante en la empresa (¡qué ingenuos!).

Reconozco que mis entrevistas eran complicadas, planteando situaciones y haciendo preguntas que a veces los dejaba descolocados. Según las características del candidato, podía aumentar la presión en la entrevista (a los listillos y los vanidosos los ataba más corto). También me gustaba ver cuál era su idea sobre lo que era ser consultor. Quería asegurarme que entendían bien el tipo de trabajo que se realizaba en esa empresa (alguno venía pensando en aplicar sus conocimientos de regulación automática y servomecanimos) y las oportunidades existentes.

Tengo buenos recuerdos de algunos de mis entrevistados : un chico ingeniero industrial pendiente de proyecto que casi se me echa a llorar cuando me explicaba que había acabado los estudios al tiempo que trabajaba porque era el único ingreso en su casa desde que su madre enviudara cuando él todavía estaba en el instituto; el de un presuntuoso multilicenciado (me repitió varias veces que tenía 3 carreras -por un año más te dan 2 títulos adicionales-), que poco menos que tenía claro que en cuanto entrara a trabajar iba a redefinir los modelos de negocio y los planes estratégicos de las "bluechips" del IBEX-35; un corredor de atletismo del equipo olímpico muy conocido que al mismo tiempo que medallista olímpico en Sidney pretendía dar uno de sus grandes saltos y hacerse consultor, entre otros. En una ocasión, uno de los entrevistados me envió una tarjeta de agradecimiento por la entrevista que le había hecho en la que había aprendido mucho sobre lo que era la consultoría a pesar de que finalmente había optado por no firmar el contrato (juro que no le quité las ganas, todo lo contrario, cuando hacía las entrevistas el idealismo de los mundos de Yuppie de mis veinticinco años resurgía y así lo transmitía).

Y estas fueron mis últimas asignaciones en AC. Poco a poco se iba fraguando el final en esta empresa, el cual contaré en la próxima entrada : el final en AC.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno... menudo enganche al blog. Me lo envió un amigo y estuve el fin de semana leyendo... casi de una tirada.

Entonces he recordado la siguiente cita:

"El trabajo no es un castigo, el trabajo es el goce que nos ha dado Dios para que no nos enloquezca el paso del tiempo"
BACHIR ZUHDI
(arqueólogo)


... saber entenderlo así es el equilibrio... y una lotería poder vivirlo así.

Espero la siguiente entrega.

Ana.

Yuki dijo...

Muchas gracias, Ana. Menudo atracón de blog si te lo has leído entero. No sé si eres la misma Ana que hizo el comentario en la entrada final de "Los Malteses" hablando de Mr. Yogui.

En cualquier caso, gracias. Creo que el blog está circulando en el boca a boca de la empresa protagonista.

Anónimo dijo...

Tu blog circula de boca en boca... sí, de mail a mail... y no sólo en la empresa protagonista. A mi me lo pasó alguien de la comepetencia.

No, no soy esa Ana que ha intervenido otras veces. Nunca había intervenido. Yo no pertenezco a tu mundo laboral. Pero ha sido muy interesante leerte.

Y sí... ha sido un verdadero atracón... jajajaja. Me encantó la clasificación de los empleados.

Que sea una estupenda semana.

Ana.